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y es que llegados a este punto prefiero que me abraces con un táser

Miró las grietas del techo. Eran dos y se bifurcaban pareciendo dibujar mosaicos en el yeso. Las noches de cristal no podía hacer más que mirar aquellas grietas, observar los caminos sinuosos que trazaban. Se imaginaba que su cuerpo estaba sembrado de vetas como aquellas, que hacían más frágil su propia construcción. Podía pasarse horas pensando en eso: Poniéndoles nombre y apellidos a cada una de ellas.

Mar miraba el techo y se agarraba a las sábanas como si le faltase el equilibrio. Le parecía ver claro como las grietas se ensanchaban, amenazando con comérsela entera. A medida que crecía el vacío negro sobre su cara, sentía más picor en los brazos. No le gustaba rascare allí, por encima de las cuatro largas cicatrices. Odiaba las cicatrices, parecía que se le hubieran colado cuatro serpientes que dormían debajo de su piel, cerca de sus venas, alimentándose de su sangre. Odiaba toda aquella mierda, los malos viajes del cristal. Odiaba sentir claustrofobia en su propio cuerpo.

Jaime, su psiquiatra, le había recomendado no pensar en lo que había pasado el día de las serpientes cuando estaba en un mal viaje. Pero las serpientes se agitaban. La llamaban. No lo podía evitar. Intentó pensar en otra cosa. Pero en su cabeza resonó la risa de Lucía y la frase del último poema que le escribió: Y llegados a este punto, prefiero que me abraces con un táser. Cuando lo leyó tuvo ganas de pegarle hasta dejarla inconsciente. Pero al final se había metido unas cuantas rayas sobre él. Blanca pura tapando la frase…

Cuando volvió a casa a la madrugada siguiente lo vio: El poema lleno de polvo. Todo era un montón de puta mierda. Todo era un jodido asco y ya no tenía ganas de aguantarlo más. Por eso cogió las cuchillas y llegaron las serpientes. Porque el mundo era un asco y su vida una puta mierda y ya no quería seguir quejándose más.

Pero no debía pensar en eso. Jaime le había dicho que era una mala idea. Era una mala idea quedarse allí, comiendo techo, pensando en los tásers y las serpientes. Pensó en Lucía. En los momentos en los que Lucía no le escribía mierdas. En los momentos en los que se arrodillaba lentamente y lamía su cuerpo despacio. Las madrugadas en las que Lucía le escribía que era la salvación para tanto desastre, se hacía un turulo con el poema y esnifaba sobre su vientre un par de rayas.

Mar abrió los ojos. El techo gris, las grietas bifurcadas… La visión de cada día. Se giró en la cama, encendió un cigarro y susurró: Llegados a este punto prefiero que me abraces con un táser.

*El título es una frase de un poema de Tamara Rademacher. Podéis leer sus maravillas aquí:https://emptynotebook0.blogspot.com/?m=1 *

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